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18 ago 2017

Jubilados

Le llamaron del antiguo trabajo para que echara una mano. Tú, de esto sabías, le dijeron. Acudió puntual y nervioso y se puso frente al ordenador a poner en marcha lo que tantas veces había hecho. Y se quedó embebido en la pantalla, hasta el punto que llegó a ver la sala vacía cuando alzó la vista. Vaya, se han ido a tomar café, pensó. Yo también me voy. Y salió al exterior, camino de la cafetería de siempre. Y se quedó sorprendido en cuanto cruzó el umbral. Todos estaban sentados en sillas de oficina, sillas de ésas que van sobre ruedas y que servían de vehículo improvisado a los compañeros del tajo. ¿Y eso? La pregunta tuvo rápida respuesta en forma de interrogantes obvios. ¿No te das cuenta que todos somos pensionistas reincorporados a la empresa? ¿Sabes lo que nos cuesta movernos con tanta artrosis? ¿Vas a ser el único que va y vuelve a pie? Les miró a todos a la cara, uno a uno. Reconoció a sus antiguos colegas, todos más viejos, todos más sabios, todos más tristes, todos más pobres. ¡Maldita crisis!, exclamó.
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