Le
llamaron del antiguo trabajo para que echara una mano. Tú, de esto
sabías, le dijeron. Acudió puntual y nervioso y se puso frente al
ordenador a poner en marcha lo que tantas veces había hecho. Y se
quedó embebido en la pantalla, hasta el punto que llegó a ver la
sala vacía cuando alzó la vista. Vaya, se han ido a tomar café,
pensó. Yo también me voy. Y
salió al exterior, camino de la cafetería de siempre. Y se quedó
sorprendido en cuanto cruzó el umbral. Todos estaban sentados en
sillas de oficina, sillas de ésas que van sobre ruedas y que servían
de vehículo improvisado a los compañeros del tajo. ¿Y eso? La
pregunta tuvo rápida respuesta en forma de interrogantes obvios. ¿No
te das cuenta que todos somos pensionistas reincorporados a la
empresa? ¿Sabes lo que nos cuesta movernos con tanta artrosis? ¿Vas
a ser el único que va y vuelve a pie? Les miró a todos a la cara,
uno a uno. Reconoció a sus antiguos colegas, todos más viejos,
todos más sabios, todos más tristes, todos más pobres. ¡Maldita
crisis!, exclamó.
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