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12 mar 2025

El dilema del erizo

Mi amigo es muy dado a jugar con animales, lo mismo toca lagartos o culebras que agarra suavemente un erizo y lo acerca a sus labios para besarlo. A nosotras nos espanta tanto atrevimiento y le advertimos de todo. Pero él ni caso. Ayer, sin ir más lejos, encontramos un erizo escondido en el huerto. Él lo cogió suavemente en sus manos hecho una bola de púas y nos miró desafiante. ¿Queréis ver cómo es? Me sé el truco, advirtió. Tomó nuestro silencio como un asentimiento y pasó a la acción. ¡Lanzó el animal hacia el cielo y lo recogió al caer en sus manos abiertas! Nos llevamos un susto, pero también una sorpresa, porque el animal hizo como los gatos que caen de una altura: Abrió las patas para frenar el impacto y aterrizó suavemente sobre las palmas de las manos de nuestro amigo. Y se quedó mirándonos sorprendido, como preguntando quiénes éramos nosotras. Allí lo dejamos, a su aire, rodeado de caracoles, ya que nuestro amigo nos dijo que buscáramos, que era su postre preferido. Y la sesión quedó completada cuando nos habló la psicóloga del grupo. Todos nos parecemos a los erizos en las noches frías, que se acercan para darse calor, pero que tienen que guardar las distancias para no pincharse. Padecemos el dilema del erizo, cuanto más nos acercamos a alguien, más vulnerables nos sentimos, y por eso nos distanciarnos, nos protegemos; es miedo al compromiso y signo de inseguridad. Joder, protesté yo, ¿todos somos erizos? Nadie se libra, me contestó. Y nuestra resistencia acabó con la última afirmación de nuestra amiga. Hice la tesis sobre el Dilema del erizo que en su tiempo planteó Arthur Schopenhauer. Todos no quedamos estupefactos. Nuestro amigo, el amante de culebras y erizos, sonreía. Parece que aquello no iba con él.
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