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Es cierto que detrás de cada ser humano se esconde una historia, pero no es menos cierto que a cada persona le acompañan otras muchas más historias, tantas cuantas dinosaurios encuentra en cada despertar...
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31 ene 2025
El secreto de la infelicidad
Cuando le preguntan cuál ha sido el día más feliz de su vida, se calla, no sabe qué responder. En su vida, eso considera, no ha sido nunca feliz. Pero cuando la pregunta es la contraria, sabe qué contestar, aunque siempre calla. Es algo que lleva dentro y que rumia hasta la desesperación. Ahí empezaron los problemas, reconoce. Pero, ¿qué pasó? Es la voz interior que le obliga a contar su pena. Y lo recuerda como si fuera una escena de película. Eran las fiestas del pueblo y todo el mundo estaba alrededor de la cucaña, un palo alto y cimbreante untado de sebo. Ya se habían hecho en vano una docena de intentos de treparlo y la multitud esperaba un valiente que alcanzara la copa y se llevara el premio. El vio una oportunidad de reivindicarse entre sus paisanos y conseguir notoriedad. Pensó cuánto cambiaria su imagen, qué famoso y admirado sería... No se preparó para el fracaso, fue muy inocente. Pidió turno, tensó sus músculos y cuando llegó el momento abrazó el tronco, apretó sus brazos, aplastó su abdomen y cruzó sus piernas presionando todo lo que pudo. Así alcanzó rápidamente los dos primeros metros. Descansó. Reanudó la subida y cubrió casi el doble. Respiró hondo y llegó a los cinco metros. Notó cómo cesaba el murmullo y la gente empezaba a prestar atención. Él se sintió a gusto, era el centro de las miradas y, aunque le empezaban a fallar las fuerzas, no podía dejarlo. En el siguiente esfuerzo pasó de los seis metros. Paró de nuevo, tomó aire y subió un poco más. Vio la copa y un objeto brillante a corta distancia. Levantó los brazos, apretó los dedos sobre el tronco, luego los codos, la tripa y empujó con las piernas trabadas entre sí. Calculó que tres esfuerzos como ése serían suficientes para alcanzar el objetivo. Lo veía, pero notó que las fuerzas flaqueaban. Casi le dieron ganas de morder la madera para sujetarse mejor. Apretó los muslos, ya solo faltaba un metro para tocar la copa. La gente le animaba, incluso alguno citaba su nombre. Se emocionó. Ya al borde del desfallecimiento, tensó los músculos y allí ocurrió la catástrofe. ¡A un metro del éxito! Se le rasgaron las costuras del pantalón y quedó en una pose ridícula que el público disfrutó con la carcajada más destructiva que se podía esperar. Se mantuvo con la popa al aire el tiempo que necesitó para darse cuenta de la humillación que le tocaba sufrir. Se dejó caer en el tronco resbaladizo, aterrizó en la paja que había en la base y nadie, nadie de verdad, se acercó a socorrerle. Todo el gentío reía y uno solo lloraba. Y sin levantar la cabeza del suelo se retiró. Aquella humillación despiadada aún le duele, aquella imagen le persigue, no levanta cabeza, su autoestima quedó tocada para siempre, se siente el hazmerreír del paisanaje, tanto, que él mismo dice que es un hombre que no conoce qué es la felicidad.
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