Ayer me encontré en la calle con Juan Badaya y hablamos un rato, comentó el abuelo Simón. ¿Te contó algo interesante? Mira, Machuca, ese es un hombre de conversación interesante siempre y más si le invitas a una cerveza, je, je. ¿Qué te contó? Pues que se lo ha pasado muy bien investigando sobre los dichos y hechos de Francisco de Quevedo y Villegas. ¡Ah, claro! Ya he visto que ha publicado varias historias últimamente. Me comentó que se ha dejado otras muchas más del Diablo Cojuelo. ¿Era ese su mote? Tenía varios alias: Poeta de cuatro ojos, Patacoja, el Diablo Cojuelo... Pero ¿era cojo de verdad? Zambo y miope, me dijo. ¡Joder! Y fíjate, protestaba el tío Machuca, que él se reía del pobre Góngora con aquello de que “era un hombre entre paréntesis”, aludiendo a su chepa y su barriga. Pues mira, a pesar de todo fue un personaje de origen noble, bien situado en la corte, culto (hablaba bien latín, griego, hebreo y se defendía en francés, italiano y árabe), escritor maestro entre maestros y que llegó a ejercer de diplomático; y, por otro lado, era buen espadachín (estuvo en la cárcel, se dice, por matar a un hombre en duelo), misógino (parece ser que su única mujer le duró 3 meses), asiduo a las mancebías de Madrid, pendenciero, bebedor y un truhan de armas tomar. Por lo que he leído era amado y odiado en la corte sin existir término medio. ¡Uf! Desterrado, murió en la cárcel... El tío Machuca cogió aire y dejó caer una frase lapidaria: Ya veo que el Badaya y tú disfrutáis de los chismes y alcahueterías... ¡Eh, eh! Que también me dijo que se está leyendo “La vida del Buscón”, un respeto.
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