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25 sept 2024

Apartheid y la prueba del lápiz

Hunter Wilson acudió a visitar a sus abuelos allá en Johannesburgo, Sudáfrica, exactamente al superpoblado Soweto. Él había nacido en el Bronx neoyorkino y ya tenía una idea clara de lo duro que es ser negro en USA, algo que tenía similitudes con los sufrimientos que padecieron sus recién conocidos familiares con el apartheid sudafricano. Mira, comentaba un primo, nuestro abuelo materno era un mulato muy poco moreno y a veces pasaba por blanco. Pero ¿sabes qué prueba le pasaba la policía para asignarle al grupo de black people? Le introducían un lápiz en la cabellera y si el lápiz se sostenía sin caerse le decían que no era blanco, así que lo mandaban a su gueto, es decir, a los espacios asignados a los negros, ya que no podía invadir territorio de los blancos. O sea, preguntaba Hunter Wilson, ¿que así, por el pelo afro, se decidía si eras no blanco? Nos contaba a menudo, seguía explicando el primo, qué dura fue para él, y para todos, la segregación y la marginalidad. Los allí presentes se miraron y, sin decir una palabra, se perdieron en sus pensamientos que, sin duda, versaban sobre las injustas ventajas clasistas que aquello tuvo, y aún hoy tiene, para los blancos, feroces defensores del supremacismo.

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