El
tráfico era incesante, fluía como el agua bronca de un río de
montaña. El guardia de tráfico conseguía a duras penas que los
vehículos excitados respetaran los semáforos. En un descanso, notó
que algo se movía detrás de un seto. Y reparó en un medigo que
trataba de incorporarse con las escasas fuerzas que le quedaban. Le
miró a los ojos y obtuvo un mirada transparente como respuesta.
Decidles que yo estoy aquí, oyó que decía.
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