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30 abr 2018

Talismán para la guerra

El campo de batalla estaba regado de cadáveres y gente herida. A los primeros dieron rápida sepultura y a los segundos les atendieron lo mejor que se pudo, fueran amigos o enemigos. Paul Demás fue llevado moribundo al hospital de campaña y allí un cirujano voluntarioso peleó por extraer la bala que se le había colado en el pecho. Ha rozado el corazón, le dijo, has tenido suerte. Paul Demás, mal repuesto de la anestesia (había ingerido media botella de cognac), señaló con ojos vidriosos al escapulario que llevaba en el pecho. Este me ha salvado, afirmó. El cirujano, no muy seguro del éxito de la carnicería que había realizado, asintió con la cabeza y le invitó a dormir. Descansa lo que puedas. Acto seguido salió al exterior a fumar un cigarro, sin limpiarse aún las manos ensangrentadas. Se le acercó el capitán Malaespada. ¿Cuántos hoy? 155. Dámelos, que necesito para subir la moral a los que quedan de la segunda y tercera compañía. El sanitario alargó la mano y le entregó los 155 escapularios con la figura del Sagrado Corazón de Jesús que había recogido entre los cadáveres de ambos bandos. Aquello era un tesoro, eran los famosos "detente-bala" en los que tanta fe tenían los soldados españoles desde el S. XVIII. Paul Demás, el de los ojos vidriosos, presenció la escena y aquel mismo día, no perdió la vida, perdió la fe para siempre.
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