Confieso
que soy amigo de visitar museos. El otro día, sin ir más lejos,
estuve en una visita guiada en la que me hablaban sin cesar sobre el
hiperrealismo de Tony
De Wolf, una pintora nacida en 1961 en Amberes. Un lienzo en
particular me llamó la atención: Mandarinas
y vaso de cristal sobre mesa con mantel azul.
Vamos, un título que muestra la distancia en esmerarse en la pintura
y pasar de la literatura. Imperdonable en un creador que se precie.
Sin embargo, el guía puso énfasis en mencionar que se trataba de un
bodegón
minimalista e hiperrealista pintado al óleo sobre lienzo, con gran
suavidad en los trazos y lleno de pinceladas resplandecientes y
uniformes que hacían a la autora única en sus limpios bodegones. No
discuto, ni discutí, el mérito de la artista, ni escatimo adjetivos
en su honor. La admiro sinceramente. Pero, ya de paso, ¿por qué el
guía no mencionó su habilidad para mondar el cítrico en un corte
helicoidal que desenmascaraba el vacío existencial que padecían los
gajos del fruto en su contingencia? Me hubiera alegrado definitivamente el día.
_____ o _____
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