El
señor Gutiérrez era un maestro en romper el hielo en todas las
reuniones políticas, tanto si era con el presidente del gobierno
como si era un alcalde o el obispo en persona. Empezaba por una leve
inclinación de cabeza y un apretón de manos, a los que añadía más
o menos esta frase: “Con mis respetos. Soy el señor Gutiérrez, el
inventor de la taza de café para zurdos”. Si el mandatario
prestaba atención, casi siempre, cruzaba alguna frase con él,
sonreía y acababa pasándole el brazo por el hombro con un toque de
confianza que sorprendía. Vales para embajador, le decían en su
partido.
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