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4 dic 2024

Sabiduría popular

Una veintena de hombres y mujeres se afanaban en la era haciendo la trilla en un caluroso día de verano. Cada cual tenía muy definida su función. Unos traían los haces de trigo en los carros tirados por bueyes, otros los acercaban a la trilladora, algunos y algunas alimentaban a la bestia que no dejaba de rugir, había quien recibía en el pajar, qué va a ser, paja y de paso una buena cantidad de polvo, y más de tres se dedicaban a cargar al hombro los sacos de cereal de 50 kg que vomitaba el monstruo ruidoso. El trabajo más aburrido lo ejecutábamos los críos, ya que teníamos que tener a punto los dos o tres botijos que saciaban a aquellos esforzados trabajadores de la tierra. Allí se sudaba la gota gorda. En un momento todos y todas paraban a descansar y se picaba y bebía algo que traía el dueño de la faena. Conste que era trabajo comunal, todos los vecinos iban era por era haciendo el trabajo solidariamente. Y allí, en mi más tierna infancia, un servidor fue testigo de una discusión de altura que me hizo descubrir para qué sirven los debates. Resulta que alguno de los presentes se quejó de que la bota de vino se acababa demasiado pronto. Algunos beben tragos largos, gritó. Hay que controlarlo. Bueno, la que se armó. Damián levantó la voz el que más y dio con la tecla, porque todos callaron y aceptaron su propuesta. A partir de ahora vamos a probar una cosa, la bota se pasa en rondas, de uno en uno, y se permiten dos gluglús y la boca llena. Fueron palabras sabias que dieron con la solución.
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