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30 oct 2024

Recordando a Aristóteles

Caminaba el Abuelo Simón con su amigo por la ciudad charlando animadamente. Al pasar por una farmacia se entretuvo observando el luminoso en el que, dentro de una cruz verde, destacaba una serpiente enroscada en una copa. Qué curioso, comentó a su acompañante, que dure tanto el mito de Asclepio, el dios griego de la medicina, que tenía a su hija Higea como responsable de preparar pócimas y venenos en la copa que rodea la serpiente... En estas disquisiciones andaba cuando casi se tropezó con un mendigo que tenía extendida en el suelo una cajita de cartón para recibir monedas. Perdón, le pidió avanzando atolondradamente. Pero recapacitó, retrocedió sobre sus pasos y le echó unas monedas. El Tío Machuca le cuestionó la acción. ¿Cómo socorres a este indigente que tiene pinta de ser un drogadicto irredento? No le he dado al hombre, sino a la humanidad. ¿De dónde has sacado esa frase tan redonda? De Aristóteles. Lo tuyo es sabiduría, sí señor, aseguró con sorna su amigo. No te cachondees, continuó el Abuelo Simón. ¿Sabes lo que decía este griego inmortal sobre la sabiduría? Cuenta. Decía que el saber sirve de adorno en las prosperidades y de refugio en las adversidades. Y te amplio la explicación, continuó, con otra frase digna de recordarse mucho tiempo: Los padres que instruyen a sus hijos son preferibles a los que solamente los engendran, pues éstos les dan la vida, pero aquellos la vida feliz. El Tío Machuca cerró el discurso con una exclamación: ¡Tomaaa!
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