Las
paredes del cementerio de mi aldea esconden muchos misterios. En su
interior reposan decenas de cadáveres que se mantienen en silencio,
muy a mi pesar, que me muero de curiosidad por conocer los muchos
secretos que se llevaron con ellos. A mí, que soy el nuevo coadjutor
de la parroquia, hay algo que me intriga mucho. Y es que todos los
vecinos nos parecemos más de lo que los apellidos delatan. Sin ir
más lejos, yo soy hijo de la señora Pilar, costurera, y del
Ambrosio, el molinero. Sin embargo, todos dicen que yo me parezco
mucho al difunto párroco. Me va a costar desenredarlo, que llevo
seis meses dando confesión a los parroquianos y no le he sacado nada
a nadie.
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