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18 may 2018

La vida por un celular

El marqués de Malaespina estaba tumbado en la hamaca, bajo una sombrilla, remirando su móvil. En un movimiento inesperado éste se le escurrió de las manos y cayó a la piscina, siguiendo irremediablemente varias leyes de la Física, desde la Ley de la Gravedad hasta el Principio de Arquímedes. Desesperado por el terrible drama que se le avecinaba, nada menos que ver cercenado el cordón umbilical que le conectaba con el mundo real y virtual, se puso a gritar con grandes voces. Acudió presuroso Anselmo, el mayordomo, que a sus 96 años presumía de haber atendido a 4 generaciones del marquesado, y éste, consciente de problema, se lanzó al agua para rescatar la herramienta que mantenía unido al marqués con el mundo exterior. Al poco emergió con la pieza entre los dientes. El marqués, hecho un mar de lágrimas, acurrucó el celular en su pecho e intentó devolverlo a la vida con dulces besos y susurros cautivadores. Esfuerzo valdío, pues según los sanadores del ramo, allí mismo acabaron los días del iphone del marqués. Fueron momentos de duelo en el palacio de los Malaespina, de palabras a media voz y ventanas entornadas, de lloros apagados y de enorme pesadumbre. Al iphone casi le hicieron honras fúnebres. Al pobre Anselmo, el mayordomo que parecía eterno, nadie le acompañó en sus últimos días ni le consoló de la pulmonía que se lo llevó, tristemente, de este mundo.
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