El
marqués de Malaespina estaba tumbado en la hamaca, bajo una
sombrilla, remirando su móvil. En un movimiento inesperado éste se
le escurrió de las manos y cayó a la piscina, siguiendo
irremediablemente varias leyes de la Física, desde la Ley de la
Gravedad hasta el Principio de Arquímedes. Desesperado por el
terrible drama que se le avecinaba, nada menos que ver cercenado el
cordón umbilical que le conectaba con el mundo real y virtual, se
puso a gritar con grandes voces. Acudió presuroso Anselmo, el
mayordomo, que a sus 96 años presumía de haber atendido a 4
generaciones del marquesado, y éste, consciente de problema, se
lanzó al agua para rescatar la herramienta que mantenía unido al
marqués con el mundo exterior. Al poco emergió con la pieza entre
los dientes. El marqués, hecho un mar de lágrimas, acurrucó el
celular en su pecho e intentó devolverlo a la vida con dulces besos
y susurros cautivadores. Esfuerzo valdío, pues según los sanadores
del ramo, allí mismo acabaron los días del iphone del marqués.
Fueron momentos de duelo en el palacio de los Malaespina, de palabras
a media voz y ventanas entornadas, de lloros apagados y de enorme
pesadumbre. Al iphone casi le hicieron honras fúnebres. Al pobre
Anselmo, el mayordomo que parecía eterno, nadie le acompañó en sus
últimos días ni le consoló de la pulmonía que se lo llevó,
tristemente, de este mundo.
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