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12 ene 2018

Tampoco hay consenso en el bosque

El pastor hizo su trabajo y recogió todas sus ovejas, menos una que se quedó despistada bajo un olivo. Era invierno. Y se puso de inmediato a dar lástima con sus balidos. Casualmente, el agricultor también había hecho su trabajo y recogido todas las aceitunas, menos una que seguía prendida a una rama. Y la pobre estaba molesta con la oveja ruidosa que tenía por vecina. Que yo sepa, le dijo, mañana el rebaño volverá por aquí, así que calla y espera, que podemos dormir juntas y en paz. Y además, le recriminó con duras palabras, eres una gregaria, que no sabes vivir sola como yo, que fuera del rebaño te ves perdida. La oveja prestó atención a la voz amiga y siguiendo más su instinto que el buen sentido común, se la comió. Cuando la aceituna ya se vio aprisionada por las mandibulas del ovino, gritó lo que tantas veces había pensado. ¡Las ovejas son tontas, cuando están juntas y cuando están solas! No le valió de nada y abandonó este mundo de forma cruel. La oveja depredadora ni se inmutó. Al día siguiente solucionó su problema y dejó como recuerdo, perdón por la sinceridad, unos excrementos redonditos y negros, parecidos a granos de café, que el olivo entendió como una muestra de agradecimiento por su hospitalidad. Qué amable ovejita, pensó. Y saludó al sol con una amplia sonrisa.
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