Juan de
la Sota de Bastos nunca preguntó las razones de ninguna ejecución,
pues estaba convencido de la justicia y necesidad de cada una de sus
actuaciones. Él era uno más del pelotón de fusilamiento y oía
cómo le decían que hasta Dios mismo amparaba su postura. Había que
eliminar del mundo a todos los comunistas, enemigos del bienestar, de
la paz, del bien y de ... Pero un día tuvo que enfrentarse a una
terrible pregunta: ¿Es eso verdad? Fue cuando que tuvo frente al
paredón a Angelines, su vecina y amiga de infancia. Él sabía que
ella no podía ser un engendro del mal. Y disparó al aire, de
manera tan evidente que hasta el sargento se percató de su acción.
Tú ya no vales para esto, blando. Y lo mandó a pelar patatas a la
cocina. Aquel soldado obediente y manejable, que había sido
movilizado para una guerra que no entendía, desde aquel día comió
caliente y pensó que aquel era el mejor puesto para un soldado
confuso e ignorante como él. Sobre todo cuando pensaba en la pobre
Angelines.
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